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Foto del escritorMilagros Wade

EL TIEMPO QUE CORRE

Haber sido una masajista sin experiencia es parte del relato, uno de los más descabellados en mi paso por Australia. Los detalles, en cambio, son el fiel retrato de esa época, de un estadio que recién se encendía en la oscuridad de ese cuarto, a puerta cerrada.






Miro de reojo el reloj que se asoma detrás de aquel Buddha silenciado por la falta de luz y la mente me vuelve al cuerpo.


   9:11 AM

   

Me quedan sólo 14 minutos para hacer seis de los trece pasos que tiene el tratamiento facial. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Había estado toda la hora y cuarto anterior en modo piloto automático sin darme cuenta. Me había hipnotizado el tintineo metálico de los cuencos tibetanos, la música de templo Buddhista y el sonido del agua fresca cayendo o fluyendo, no lo sé, como de una fuente o de un arroyo angosto. Salen del parlante del techo de la esquina izquierda de la habitación, deben ser entre diez y quince temas que se repiten, una y otra vez, a lo largo de todo el día. La luz rosa de la lámpara de sal sobre la mesa tampoco ayuda. Es muy tenue y me hace forzar la vista; me duerme. 


Así que me rindo. Me entrego a cerrar los ojos y que sea mi cuerpo el que siga funcionando mecánicamente. Mis manos hacen el mismo recorrido de siempre: arrancan por la espalda (huesuda, encorvada, tersa, marcada, mullida) y los hombros, bajan por las piernas (peludas, lampiñas, fibrosas, flácidas, exfoliadas) hasta los pies (secos, arrugados, duros, con olor a queso sudado) y terminan, después de varios minutos, masajeando la cara suavemente; en este caso de la señora que ronca descaradamente. Su ronquido es lo que interrumpe la conversación conmigo misma y la razón por la cual termino mirando el reloj. 


   9:13 AM


Cassandra, como su ficha lo dice, tiene puesta dos gelatinas doradas de colágeno con forma de gota sobre las ojeras, y otra grande de color rosa que le cubre su boca. El resto de su cara también está tapada por un kilo de crema color blanco jazmín y dos parches de algodón sobre los ojos.


   9:15 AM


Mis dedos encremados se hunden y se retraen como tentáculos en el cuero cabelludo de la señora. Los años de tintura se dejan ver en sus raíces de ceniza y su rubio de trapo usado que le llega a la altura de los hombros. Tiene el “cabello de ángel” de la sopa. 


Del perchero detrás de la puerta cuelga una “Gucci” de cuero marrón estampada con el logo en imprenta mayúscula. La cartera, las uñas largas y rojas pulidas con gel y las pestañas embadurnadas en rímel negro son su mejor tratamiento “anti age”. 


¿Cuánto le habrá costado a Cassandra y a sus cinco amigas este día de spa? Con la picada de dos quesos y galletitas de arroz del supermercado, la copa de espumante barato y la hidratación de pies inicial ya van 100 dólares. Si le sumo el masaje y la exfoliación con azúcar que le hice recién ya hay más de 200 y supongo que con esto último serán 50 más: alrededor de 250 dólares invertidos en tres horas. Y todo para que una persona de 23 años que nunca antes había tocado un músculo ajeno en su vida le haga masajes. La estafa es tan grande que de enterarse podría denunciarlos perfectamente y clausurar el spa en cuestión de días. Pero en vez de eso, una vez que le saco el colágeno de la boca me dirige la mirada y me dice, con ojos achinados y sonrisa relajada: “That was amazing”. 


Alrededor de 250 dólares invertidos en tres horas. Y todo para que una persona de 23 años que nunca antes había tocado un músculo ajeno en su vida le haga masajes.

Le agradezco con todo el caradurismo que me caracteriza mientras le quito la crema con dos paños de agua tibia y ella vuelve a cerrar los ojos. 


Lo peor es que no soy la única impostora dentro de este circo. Al igual que yo hay otras quince empleadas, en su mayoría latinas, que dicen llamarse “beauty therapists” por desfilar una túnica negra con el nombre del spa bordado en un pecho y estar peinadas prolijamente. Es cierto que la mayoría de la clientela busca relajarse y encremarse un rato, y no tanto descontracturarse con un masaje. Pero basta con que sólo uno pida algo más o menos específico para que comience la verdadera performance del fiasco. Si es que quiere un masaje más fuerte, lo único que cambiaría sería hacer un poco más de fuerza y clavar los codos en el músculo con más firmeza. Así fue como me lo “enseñó” mi supervisora Pakistání el primer día, si entendemos enseñar cómo un simple: “hacé esto y aquello y lo que no sepas copiala a tu compañera”. La técnica era simple, pero al parecer no todas pueden hacerlo. Por eso aquellas favorecidas por la selección natural aparecen en el pizarrón bajo la categoría “hard/tissue massage” y entran a escena cuando la situación lo requiere. Recién al ver mi nombre en esa lista fue que me di cuenta que era una de ellas. Con esa validación no necesitaba nada más: ya estaba matriculada y lista para ejercer. 



Aquellas favorecidas por la selección natural aparecen en el pizarrón (...) y entran a escena cuando la situación lo requiere. Recién al ver mi nombre en esa lista fue que me di cuenta que era una de ellas.

   9:19 AM


Cierro el hornito despacio y vuelvo en puntas de pie a la silla baja con rueditas en la que estaba sentada. Ante el tacto de la toalla caliente Cassandra se sobresalta y yo también me asusto. No es la primera vez que me pasa. Apago el vapor en su cara durante unos segundos y la retiro despacio. A juzgar por su cara dormida y su respiración pausada está en el punto cúlmine de relajación y me lo contagia. El masaje facial es mi momento preferido de la hora; finalmente puedo relajar los brazos tensionados y flexionar mis piernas, acalambradas de estar inclinadas sobre la camilla. 


Ahora lo único que queda es aplicarle los últimos tres productos: serum, gel para ojeras y la crema hidratante final. Al igual que los masajes, las cremas tampoco me eran familiares dos meses atrás: el jabón y el agua micelar eran todo mi mundo facial. Así que de un día para otro no sólo me convertí en masajista, sino que también en cosmetóloga con posgrado en ventas, ya que el último changüí del día es siempre tratar de vender los productos que usamos (pido perdón a todos ellos por semejante profanación). 


Sin embargo, nunca lo consigo. El discurso lo tengo ensayado: breve, “casual”, sugerente pero no imperativo, con datos concisos que decoran mi falta de sustento teórico y con el tono más amigable posible. Pero al momento de hacer la pregunta tediosa de: “are you interested in any upgrade or products?” ya me cortan la chance de explayarme con otro “amigable”, “casual”, y breve: “NO, thank you”. Ahí no hay discurso ni sonrisa que valga: la batalla está perdida. Por eso nunca tengo una estrellita al lado de mi nombre en el pizarrón. En cambio Parinita, de Tailandia y con muchas ganas de hablar, tiene una constelación. Es un reconocimiento simbólico, no te dan ni una muestra de crema gratis aún así vendieses toda la línea de productos. Pero por lo menos las estrellitas te salvan de la mirada amenazante de Hina, la supervisora Pakistaní, que entre un cliente y otro repite la estrategia de venta con la misma paciencia y dedicación con la que me explicó el trabajo el primer día...


   9:24 AM


Termino el último paso y con ello el primer cliente del día. Cassandra sigue acostada boca arriba en la camilla, respirando lenta y profundamente. Su piel está fresca y joven, con perfume a naranja y limón suave. Aún tiene los ojos cerrados, debo esperar 30 segundos más para despertarla. Los cuencos siguen sonando pero la luz rosa ya no me duerme. En la pared de enfrente cuelga una foto de una playa ancha y kilométrica. La arena es fina como azúcar impalpable, en ella se refleja la sombra de las hojas y los cocos de una palmera. Está atardeciendo. Me detengo a observarla y veo, por primera vez, una figura humana diminuta caminando en la orilla a lo lejos. 


Escucho el sonido de las olas y el del viento suave mientras camino con un pie dentro del agua y el otro en la arena. Suena “Pink Moon” de Nick Drake y el sol se esconde por completo. Estoy sola. La piel me hierve y tengo el pelo salado y con ondas; serán nudos en las próximas horas. Pero el cuerpo ya no me duele. Ahora sí disfruto. 


9:25 AM 

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